7 Days to Die (alpha 21) 2023


 

Se acerca el día, puedo sentirlo.

 

El repentino cambio en la brisa es el primer aviso. 
Aún después de tantos años, el pútrido olor revela el andar de la horda por el páramo, se inundan todos los sentidos con esta porquería, será imposible descansar esta noche. Se repite el ciclo, cada semana lo mismo y aun así la reacción de mi espalda ante este estímulo es como un látigo que me eriza todo el cuerpo. Aún después de tanto tiempo es imposible acostumbrarse a ello, son tantos días… tantas estaciones… tantos años… ¡Dios mío!, no tengo idea de cuánto tiempo llevo en este purgatorio.

 

Si no fuera por las muchachas, habría muerto hace tiempo. Ellas me encontraron tirado en aquel sótano húmedo y lúgubre, tenía una concusión en la cabeza, costillas fracturadas, clavícula rota, vasos sanguíneos rotos en ambos ojos y un pulmón colapsado… pero aun así no morí. No sé cómo no me confundieron con una de esas cosas, a veces pienso que hubiera sido mejor que me hubieran terminado allí mismo. Danielle y Malefique me llevaron a su madriguera, son la pareja de lesbianas que me adoptaron como su mascota y me acogieron: llegué herido, hambriento, temeroso y enfermo. Me tuvieron allí hasta que me recuperé. Ahora nos debemos unos a otros a esta; nuestra manada… por el resto de nuestras patéticas vidas. 

 

La manada siguió creciendo con los años, conforme fuimos encontrando más sobrevivientes o “perritos perdidos” como les llamamos. Muchos han llegado, otros más murieron en el camino, pero los que quedamos siempre somos los más rudos y fuertes. Danielle, Malefique, Leo, Bersha, Yuki y yo… somos ‘la elite’.

 

A veces pienso como comenzó todo, pero con el pasar del tiempo se vuelve más y más confuso, sé que hubo una gran guerra, vinieron terribles bombardeos y todos tratamos de alejarnos de las grandes ciudades. La desesperación y el hambre se apoderaron de todo: fueron los más débiles los primeros en sucumbir. Lo que quedó con vida fue afectado por la radiación y así comenzó a mutar, también alteró la fauna que se hizo más voraz, el clima y con ello se invirtieron las estaciones… 

 

Fue entonces que los muertos comenzaron a levantarse ante nuestros aterrados e incrédulos ojos ¡Llegaron ellos; los malditos zombis! ¡La peste viviente!

 

Ahora los débiles se convertían en nuestros feroces depredadores. Fue el fin. Los que quedamos solo somos los remanentes de lo que alguna vez fue; somos los gusanos que comen los restos de un cadáver pútrido y decadente que alguna vez fue llamado “humanidad”.

 

Los primeros días sobrevivimos enterrándonos en la tierra, rogando no ser encontrados por ellos o por algún animal feroz y hambriento, con pavor de ni siquiera provocar el más mínimo ruido y sin poder prender ninguna fuente de luz. Cualquier error los atrae. Esos monstros se hacen pasar por muertos, ¡esa su trampa favorita, malditos mirones!, pero a mí no me engañan más. 
¡Ellos jamás duermen! 
Ante la engañosa tranquilidad y el silencio de la noche, uno no debe caer en la trampa. Nunca descuidarse, jamás confiar, solo así puede uno seguir… seguir… ¿seguir vivo? (¿Es siquiera esto “vivir?) Desde entonces hemos sido rebajados al nivel más bajo de supervivencia; tal cual animales salvajes o peor. Allí en esa inquietante oscuridad de la eterna noche, nuestra cruel e imparable mente que no dejaba de torturarnos con pensamientos: ¿por qué seguir? ¿hasta cuándo? ¿seré yo el siguiente?

 

¡Cómo ha pasado el tiempo desde entonces!, después saqueamos la tierra a nuestras anchas: nos hicimos de armamento, armaduras y vehículos. Incluso nos construimos una fortaleza encima de la antigua casa de un narcotraficante –opulente, fortificada, armada hasta los dientes, con todo lo que alguna vez deseamos en nuestras vidas anteriores. Por un momento creímos que por fin habíamos dominado nuevamente a la naturaleza, al hambre y a esos zombis. 
¡Qué error tan terrible, el confiarnos! 
El enemigo más terrible jamás se fue, siempre estuvo allí merodeando: ¡Los que causaron la maldita guerra!: Llegaron ‘los otros’… grupos de saqueadores temibles, insaciables, crueles y sin una pizca de humanidad. ¡Quieren todo para ellos… creen que será fácil arrebatarnos todo… creen que seremos su presa!

 

¡Nosotros somos peores! 

¡Malditos, no saben con quién se metieron! 

¡No nos quitarán lo que es nuestro! 

¡Pudimos haber sido reyes, estuvimos tan cerca!

 

Hemos estado en guerra por años, peleando nuestros territorios y tomando el de ellos. Boicoteando, robando, saqueando, compitiendo por el poder de lo que queda de esta basura.

 

Nuestras insignificantes disputas humanas son interrumpidas bruscamente con la bajada de la neblina rojiza, la brisa pútrida y los horribles truenos en el cielo que anuncian lo que avecina. Un abrupto y temible recordatorio de que los humanos ya no somos la especie dominante de este mundo, ¡la horda vendrá por nosotros esta noche!

 

¡Llegó el séptimo día!

 

Danielle pone su mano sobre mi hombro, sacándome de mi abstracción absoluta. Sin decirme ni una palabra, me pongo a afilar palos de madera en automático. Cada uno de nosotros sabe que debe hacer. Bersha comienza a armar las molotov y Leo a marcar el perímetro. Es evidente la reacción de todos ante las señales del séptimo día, todo se torna sombrío y serio. Tenemos poco tiempo ya. La horda atacará entrada la noche, por lo que tenemos pocas horas para prepararnos.

 

Ninguna preparación es suficiente, ninguna táctica infalible, cualquiera de nosotros podría morir. Es indispensable el trabajo en equipo. Por unas horas, la preocupación por saqueadores desaparece completamente 

lo que viene es mucho peor.

 

Decido apostarme en el ático de la base, desde aquí puedo llevarme a varios de ellos con mi confiable ballesta, siempre me gusto hacerla de francotirador (hasta le puse una mira telescópica). Si los zombis llegaran acá, les tengo preparada una sorpresita: Leo me preparó una escopeta improvisada con tubos de cañería… si tuviera a una de esas cosas lo suficientemente cerca podría volarle la cabeza de un solo tiro. Para alcanzarme tendrían primero que pasar por las trampas que hemos preparado para ellos: Bersha y yo nos encargamos de la empalizada, Danielle de los explosivos, Yuki y Leo de los suministros y Malefique de la comida. 
Solía comer lo que fuera allí afuera en la maleza, el hambre te domina volviéndote un ser primitivo. Casi muero de disentería varias veces cuando sentía que las tripas me estallaban. Ahora los platos de carne que prepara Malefique son como un festín de los dioses para mí, es la más importante de nuestro grupo pues sin ella no tendríamos ni agua limpia para tomar. Una chef en estos tiempos es el mayor lujo que te puedes permitir. Cada uno de nosotros tiene su tarea y su rol para la supervivencia del grupo.

 

Ellos deciden que la ruta de escape sea al sótano, Danielle está convencida que es la mejor opción. Yo odio los sótanos, oscuros y húmedos, la vez que he estado más cerca de la muerte fue en uno, desde aquí arriba tengo mejor visión de todo. 
¡Si he de morir que sea acá arriba mejor!

 

“¡Ya vienen!” irrumpe un grito de Yuki a lo lejos, rompiendo el frágil silencio que reinaba entre nosotros hasta ese momento. La veo correr y saltar ágilmente la empalizada, trás de ella vienen zombis despavoridos que comienzan a embarrarse en los picos de la empalizada; nuestra primera línea de defensa. 
“Ya es hora” pienso. 
Comienzo tirando algunas flechas de punta reforzada con la ballesta que Danielle me hizo, “siempre has sido un tacaño para gastarte la munición” bromeó al dármela. ¡Qué bien me conoce!

 

Las primeras horas pasan lento, la empalizada prueba su efectividad frenando a varias decenas de ellos. Nuestra táctica comprueba nuestra superioridad táctica, me jacto orgulloso de nuestra creación ¡No podrán con nosotros!

 

Mi festejo no dura mucho. Danielle y Bersha corren alejándose de la barda abandonando sus posiciones –esto no puede ser bueno. Puedo ver a un esperpento gordo que alguna vez fue un policía vomitar una sustancia verde que casi me alcanza a mí ¡A varios metros de distancia en el techo! ¿pero, cómo es eso posible? No acabo de razonar lo que estaba pasando cuando se escuchan más gritos, esta vez es Leo advirtiéndonos:
¡Se han colado! 
¿cómo es posible? 
Desde donde estoy veo la brecha, el portón principal de nuestra fortaleza ha caído, y tras de él comienzan a entrar uno tras otro, no corren: se abalanzan, inclusive aplastándose uno encima de otro sin parar, a este paso la cantidad de cuerpos harán una escalera y ¡Podrían treparse al techo! … siento un calambre recorrer toda mi espalda mientras veo la imponente muralla que cubría nuestra base derrumbarse ante mis ojos. ¡Qué diablos! ¿cuántos hay de ellos? Jamás había visto a tantos, es el peor día siete que he visto. 

 

¡No corran al sótano!, ¡Los llevarán a que destruyan la base! –grita inútilmente Danielle mientras los demás corres despavoridos a cubrirse, fue el rompan filas definitivo.

 

¿es acaso—el séptimo día, siete, en el séptimo año?

 

No alcanzo a terminar mis razonamientos, cuando algo pica fuertemente mi cabeza interrumpiendo abruptamente mis pensamientos. El dolor en mi frente es agudo y repentino.

“¡Buitres!” – Me grita Yuki señalándome a varias aves de rapiña rabiosas e infestadas que comienzan a atacarme desde los cielos. 
Rápidamente tomo mi escopeta y comienzo a tirar erráticamente hacia el cielo, mientras corro al ático donde preparé mi escondite en caso de emergencias (esta es, definitivamente una de esas). Salto en uno de los hoyos del arruinado tejado hacia mi escondite, pero al parecer no fue efectivo ¡Malditos pajarracos que no dejan de picarme me han seguido al ático!

“¡Se han devorado a Malefique!” – Grita desconsoladamente Danielle, llorando y aventando alaridos de dolor (físico o mental, ¿quién sabe?) mientras pienso quién diablos nos va a cocinar ahora. Los gritos provienen del piso de abajo.

“¡Cuidado, ya están allí!” – Escucho a Leo, cuando volteo y puedo ver a varios infectados abalanzándose sobre mí… ¿Cómo, tan pronto? ¿Aquí?, ¿pero, cómo subieron? 

Es el fin –pienso. 

A partir de aquí todo fue tornó muy confuso.

Todo se desmoronó a mi alrededor, perdí la conciencia y la noción del tiempo. Quien sabe por cuanto tiempo.

Según me contó Leo después, no sé cómo, pero ¡Acabé en el sótano!
No entiendo si tanta rasgadura de rabiosos infectados en las estructuras de la casa, o la podrida lámina de madera del ático, o el peso de tanto zombi danzando en las plantas superiores – pero el techo se colapsó.

 

Para cuando reaccioné, estaba en muy malas condiciones.

Tenía una fuerte concusión en la cabeza (¿por la caída, por los picotazos?), seguramente más de una costilla rota, la clavícula se volvió a romper, no podía ni ver de los vasos sanguíneos reventados en los ojos y no podía respirar bien… creo que el pulmón no se me perforó, pero vaya que me dolía… y estaba allí, en el húmedo y lúgubre sótano de lo que fue alguna vez un laboratorio de anfetaminas del narco, antiguo dueño de la casa.

 

Casi en automático, en absoluta oscuridad, comencé a aplicarme primeros auxilios.

 

No razonaba muy bien, pero había algo que había guardado para el momento final… en uno de nuestros saqueos a un granero de un viejo granjero encontré una botella de alcohol ilegalmente destilado al estilo casero (bueno, al menos eso decía orgullosamente la etiqueta en la botella) Creo que era destilado de papas o algo así, pero la verdad no tengo ni idea, ni me importa. En el momento del hallazgo me atreví a probarlo, vaya potente basura que era esa. “Si tomara más de esta porquería quedaría inconsciente” bromee con la manada burlonamente.

 

Definitivamente, si vas a ser devorado por un zombi, no quieres estar consciente.

Me zampé la botella de un trago.

Comencé a ver doble --¡Y hasta triple! Volviéndose mi vista prácticamente nula. ¡Para lo que servía mi pobre visión, de por sí no ya no veía nada! Lo que sí es que ya no sentía dolor, de hecho ¡No sentía la cabeza, ni el cuerpo, ni nada de nada! Fue entonces que cuestioné mi pobre decisión de ingesta de esa mugre (de ahora en adelante apodada sustancia X)
Sin armas de fuego, sin ballesta, sin escopeta… me estiré desesperado para encontrar algo con que defenderme; cuando de pronto encontré a… ¡Clementine! (mi primer bat con púas, el cual improvisé yo mismo y utilicé hace mucho pero mucho tiempo).

 
Mi afición al béisbol era bien conocida entre los de la manada, inclusive cada vez que alguno de ellos encontraba una revista o equipo de béisbol en alguno de nuestros saqueos siempre me los obsequiaban ¡cómo leí de bateadores y de robar bases! Fue de allí que me inspiré y decidí hacer mi primera arma con un bat viejo amarrándole alambre de púas, un arma poco elegante pero maciza, la cual bauticé como “Clementine” (todavía estaba bien manchada de sangre de sesos de zombi, prueba contundente de su efectividad). Los de la manada me apodaban “el oso prieto”, por mi corpulencia, mi tono de piel, y mi poca o nula delicadeza para manejarme todo el tiempo. Era más que natural ver a un oso alcoholizado golpeando zombis con un bat con alambre con púas alrededor --¡Después de todo era el holocausto zombi!

No sé ni cómo llegó allí, y tampoco quería (o podía) razonar mucho el asunto. Con valor (o imprudencia) recién obtenida del mágico elixir que acaba de zambullirme, me arrastré a gatas siguiendo los todavía audibles gritos de mis compañeros que estaban en algún lado del mismo sótano. Me incorporé y comencé a dar batazos a diestra y siniestra, sé que le pegaba a algo porque escuchaba gruñidos de zombis que caían ante mi implacable Clementine. A cada batazo imaginaba un home run, y alegre y enérgicamente continuaba bateando… uno tras otro, mi mente ya estaba más allá del bien o del mal, seguramente resignado (o esperando) el cielo de los bateadores de béisbol. Mi mente fantaseaba con la mascota malherida que encontró mi manada, ahora convertido en un formidable oso. Sabía que era imposible llegar muy lejos tan malherido y con un simple bat ante semejante horda… cuando de pronto, así como comenzó todo, terminó de igual manera: repentinamente.

 

Se acabó la horda, la noche había concluido y yo continuaba vivo (o por lo menos: lo que quedaba de mí). Mi manada me veía, ojos atónitos y bocas abiertas… ¡Ahora si no podían reconocerme! (¿tal vez por toda la visera de zombi que traía embarrada?) --¿a poco no se murió? Preguntaban entre sí asombrados.

 

No tengo idea de cómo se hizo la sustancia X, pero de ahora en adelante y por lo que me quede de vida, me dedicaré en cuerpo y alma a replicar su receta secreta a través de la experimentación con la destilación ilegal de alcohol de papas (¿seguirá siendo ilegal? –sepa) al fin hay que poner a trabajar este antiguo laboratorio de metanfetamina en algo de provecho. 

 

Por fin, mi vida tiene ahora un nuevo significado.

 

------ Este artículo fue escrito con hechos sucedidos dentro del juego 7 Days to Die, dramatizados (obviamente). El juego lleva diez años en desarrollo, desde entonces lo he jugado con los mismos amigos. Obviamente la experiencia multijugador fue definitiva para realizar este escrito. Había hecho ya una reseña del juego, pero después de jugar el Alpha 21 y leer varias reseñas de otros jugadores, me inspiré a reescribir la mía propia.

Comentarios

Blanca dijo…
me encantan siempre tus cronicas y reseñas, no pares

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